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sábado, 7 de mayo de 2011

Seguiremos leyendo


Aquel día, cuando El Principito le dijo al Aviador que quería seguir leyendo, se rompió La tregua. La tensa calma que había reinado en el desierto durante unos días se esfumó con aquellas palabras.
- Pero, ¿sabes que al final del libro mueres, verdad? – le preguntó extrañado el Aviador.
- Sí, lo sé. Sin embargo, prefiero la Nada a la incertidumbre – refutó el joven muchacho.
- Como tú desees, no seré yo quién te lo impida, pero has de ser consciente de que me pides que te mate A sangre fría.
- Tú lee... Solo lee. Quiero que cambie mi vida, pero, por favor, no lo hagas muy deprisa. Hazlo lento, como El viaje de un elefante.
- Claro, leeré con pausa. Me fijaré en cada objeto, en cada piedra, en cada palabra... Con mi voz construiré un Túnel del que nunca saldremos – susurró con un llanto contenido.
- Pero no llores. No por mí, ni por ti; porque tú y yo nos conocimos. ¿Qué prefieres: los Cien años de soledad a los que están destinados los Números Primos, o La historia Interminable de nuestra amistad?
- No lo sé... Realmente, preferiría hacer un pacto con el Diablo, como Fausto, y vender mi alma por la tuya, que aún es pura.
- ¿Prefieres ser Drácula antes que estar muerto? – cuestionó el Principito.
- No, pero no me importaría ser un Frankenstein con tal de vivir a tu lado.
- ¡Insensato! Yo soy quien le dio El nombre a la Rosa, y tú quien ganó a La sombra del viento. ¿Por qué cambiarlo? ¿Por qué temer?
- Porque Los santos inocentes como tú no se merecen el olvido.
- Pues no me olvides...
- Eso es lo que no entiendes: yo seguiré leyendo, narraré tu muerte, y en unos años el tiempo me torturará con el olvido. Cometeré un Crimen, y ese será mi castigo. Viviré en una Casa llena de espíritus con todas las puertas cerradas para que no se escape tu recuerdo. – le explicó el Aviador mientras las lágrimas creaban surcos en la película de polvo que cubría su cara.
El Principito hizo un gesto de resignación. Los dos sabían que era la única solución, seguir leyendo, terminar con la historia. Armándose de valor le dio el librillo que llevaba escrito su destino y se sentó expectante a escuchar. El Aviador se aclaró la garganta y comenzó: “Entonces bajé yo mismo los ojos hacia el pie del muro y ¡di un brinco! Estaba allí, erguida hacia el Principito, una de esas serpientes amarillas que os ejecutan en treinta segundos...”.