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lunes, 28 de noviembre de 2011

Fotas

- ¿Cuándo comienza el fuego?
- Ya tendría que haber empezado...
- ¿Quiénes pueden participar?
- Los niños de quinto y sexto de primaria...
- ¿Y tienen premio?
- Los ganadores recibirán un fantástico lote de libros, ¡va a ser la mejor gymkhana que se haya organizado nunca! ¡Hasta el director nos halagará!

Los dos profesores en prácticas se dirigían sonrientes hacia el campo de fútbol cuando se percataron de lo que pasaba. El olor a barbacoa se mezclaba con los gritos de angustia de los que aún permanecían con vida.

- ¡Foder! Ya te dife que el fuego de cambiar las letras llevaría a equívocos.

Víctor Gutiérrez Sanz

AyG


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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Valladolid también envejece

 

Balada de gamberros 

Francisco Umbral
Editorial Menoscuarto (Colección Entretanto)
120 páginas, 8 €




Las ciudades, al igual que las personas, también envejecen. En Valladolid, no hace mucho, el Pisuerga se helaba en invierno, los niños jugaban a la guerra entre las orillas, y las parejas se dejaban llevar por la corriente de la clandestinidad en una barca alquilada por horas. Hoy, en cambio, la urbe ha pasado la adolescencia de la modernidad, y de aquellos años ya solo queda alguna vieja Balada de gamberros como la que escribió Francisco Umbral.
Esta pequeña novela, opera prima del escritor junto a Larra, anatomía de un dandy y Tamouré (obras que también se publicaron en 1965), es uno de sus textos menos conocidos. El relato, narrado en primera persona, recorre de la mano de un grupo de adolescentes la Valladolid de los años 50. Una ciudad cambiante, independiente, protagonista, que madura muy deprisa junto a los gamberros que deambulan por sus calles.

La transformación
Balada de gamberros es, esencialmente, una novela iniciática. Una historia sobre la transformación de unos niños que jugaban a ser adultos, una descripción sobre una metrópoli que se despertaba poco a poco de un largo sueño impuesto, un libro que por primera vez firmaba una tal Francisco Umbral. En suma, un texto que nació en uno de esos momentos mágicos en los que empieza todo. Ágil en la prosa y con unos diálogos fluidos, la trama danza al son de la música (primeros las coplas, luego el rock). El sexo y la violencia, temáticas constantes en la obra del escritor, abarcan la esencia del conflicto; mientras que el amor y la familia quedan en un segundo plano. Esta visión era completamente contradictoria a la sociedad de valores e hipocresía que reinaba en España; no obstante, también era el reflejo de una juventud que pretendía rebelarse, sin saber cómo, contra aquel anquilosamiento mental.

La esencia permanece
Los crímenes y desfases de la banda que protagoniza el libro progresan proporcionalmente al número de la página; tanto, que llega un momento en la historia (el instante mágico) en que sus pillerías trascienden y alcanzan la prensa: “Una juventud que traiciona la educación recibida”, “No se trata sino de delincuentes y malnacidos que ha habido en todas las épocas”. Así, con esta punzante ironía, describe Umbral los titulares que manchaban los periódicos de la ciudad. Unos ejemplares que hoy no parecen tan ficticios ni tan lejanos en el tiempo. El ciclo se repite y, aunque muchas cosas cambian, la esencia permanece. En resumidas cuentas, solo quedan los mismos lugares de siempre. 

viernes, 5 de agosto de 2011

Rápido, muy rápido

Aquí dejo un juego de rapidez y brevedad. Relatos contados en 140 caracteres:

Mientras leía se preguntó quién sería el loco que había ideado aquella ficción. "La última vez que compro el periódico", pensó. 

Sintió tanta vergüenza al hablar de su pasado que se inventó una ficción que hoy ya es su vida.

Cuando se dio cuenta de que era un simple personaje secundario, ya era demasiado tarde para llamar a la policía

Víctor Gutiérrez Sanz

AyG 



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lunes, 1 de agosto de 2011

New York

La grandeza y la belleza de Nueva York residen en el hecho de que cada uno de nosotros lleva consigo una historia que se convierte inmediatamente en neoyorquina. Cada uno de nosotros puede añadir un estrato a la ciudad, consciente del hecho de que en Nueva York se encuentra la síntesis entre una historia local y una historia universal. (Vilém Vok, El centro).


Fotografía: Víctor Gutiérrez Sanz

AyG

sábado, 7 de mayo de 2011

Seguiremos leyendo


Aquel día, cuando El Principito le dijo al Aviador que quería seguir leyendo, se rompió La tregua. La tensa calma que había reinado en el desierto durante unos días se esfumó con aquellas palabras.
- Pero, ¿sabes que al final del libro mueres, verdad? – le preguntó extrañado el Aviador.
- Sí, lo sé. Sin embargo, prefiero la Nada a la incertidumbre – refutó el joven muchacho.
- Como tú desees, no seré yo quién te lo impida, pero has de ser consciente de que me pides que te mate A sangre fría.
- Tú lee... Solo lee. Quiero que cambie mi vida, pero, por favor, no lo hagas muy deprisa. Hazlo lento, como El viaje de un elefante.
- Claro, leeré con pausa. Me fijaré en cada objeto, en cada piedra, en cada palabra... Con mi voz construiré un Túnel del que nunca saldremos – susurró con un llanto contenido.
- Pero no llores. No por mí, ni por ti; porque tú y yo nos conocimos. ¿Qué prefieres: los Cien años de soledad a los que están destinados los Números Primos, o La historia Interminable de nuestra amistad?
- No lo sé... Realmente, preferiría hacer un pacto con el Diablo, como Fausto, y vender mi alma por la tuya, que aún es pura.
- ¿Prefieres ser Drácula antes que estar muerto? – cuestionó el Principito.
- No, pero no me importaría ser un Frankenstein con tal de vivir a tu lado.
- ¡Insensato! Yo soy quien le dio El nombre a la Rosa, y tú quien ganó a La sombra del viento. ¿Por qué cambiarlo? ¿Por qué temer?
- Porque Los santos inocentes como tú no se merecen el olvido.
- Pues no me olvides...
- Eso es lo que no entiendes: yo seguiré leyendo, narraré tu muerte, y en unos años el tiempo me torturará con el olvido. Cometeré un Crimen, y ese será mi castigo. Viviré en una Casa llena de espíritus con todas las puertas cerradas para que no se escape tu recuerdo. – le explicó el Aviador mientras las lágrimas creaban surcos en la película de polvo que cubría su cara.
El Principito hizo un gesto de resignación. Los dos sabían que era la única solución, seguir leyendo, terminar con la historia. Armándose de valor le dio el librillo que llevaba escrito su destino y se sentó expectante a escuchar. El Aviador se aclaró la garganta y comenzó: “Entonces bajé yo mismo los ojos hacia el pie del muro y ¡di un brinco! Estaba allí, erguida hacia el Principito, una de esas serpientes amarillas que os ejecutan en treinta segundos...”.

viernes, 4 de febrero de 2011

El mentiroso ante el espejo


Las trampas son algo inherente a la vida del ser humano desde que un día sale a la calle y decide jugar al pilla pilla con otros niños. En estos divertimentos de una manera primitiva, pero funcional, se suelen establecer una serie de reglas que definen desde el campo de juego hasta la nimiedad más estrafalaria. Sin embargo, mientras estas normas son establecidas también se crean de manera paralela una serie de trampas: desde burlar los límites establecidos hasta la nimiedad más absurda. Ante este paradigma surge una pregunta: ¿son las trampas partes del juego?

En cada competición existe al menos una regla. Este principio regulador, a su vez, da forma y sentido a al menos una trampa. Cuando unos niños juegan al escondite y cuando deportistas de élite se enfrentan ante la mirada expectante de miles de espectadores, las triquiñuelas y los engaños son habituales. Esto no es nada significativo cuando solo se trata de juegos. Sin embargo, dentro de un sistema capitalista en el que uno de los pilares maestros es la competición, ¿son también las trampas una columna de nuestra realidad? 
 
La operación policial Galgo, en la que se involucra a notorios atletas con casos de supuesto dopaje, ha causado conmoción en el mundo del deporte y en la sociedad. Los recientes éxitos cosechados por deportistas españoles han hecho que mucha gente viera en ellos el reflejo de una nación vencedora. Pero este espejismo se ha empañado con la ambición malentendida. Aquellos jóvenes que enarbolaban el orgullo patrio de la hinchada son, ahora, villanos y parias. ¿No es esto hipocresía?

En el mundo del deporte de alto nivel se desarrollan continuamente técnicas para mejorar el rendimiento. Estas pueden ser nuevos conceptos deportivos, tácticas, preparación física… O, también, la administración y utilización de sustancias y métodos prohibidos, que es lo que comúnmente se denomina dopaje. La ingesta por parte de los deportistas de agentes anabólicos, como los esteroides, puede incrementar su fuerza y potencia. La utilización de hormonas antagonistas y moduladoras quizás aumente la masa muscular. La transferencia de oxígenos a la sangre supondrá un mayor rendimiento. En resumen, el dopaje se puede traducir en una notoria mejora de las marcas y los registros, lo que, en última instancia, puede suponer un triunfo o una platea. Este comportamiento es ilegal... entonces, ¿por qué se comenten trampas?

La última de las cuatro preguntas que se han expuesto es la más sencilla de contestar. Tras los muchos casos de dopaje se esconde el paradigma intrínseco de toda competición: la ambición por la victoria. Esta ansia vencedora puede estar motivada por miles de causas: el reconocimiento, la retribución económica, el afán de superación… Y para conseguirla los deportistas entrenan hasta llegar al límite de sus capacidad humana. Una vez alcanzan el filo de sus posibilidad hay dos caminos posibles: la resignación y, por consiguiente, la aceptación de sus limitaciones; o, la alternativa de otras soluciones exta deportivas como el dopaje.

Cuando casos de dopaje salen a la luz se produce escarnio público. Sin embargo, cuando un estudiante, que no ha conseguido estudiar lo suficiente, se enfrenta a un examen, copia y aprueba no saltan las alarmas. Cuando un autónomo, en una situación económica angustiosa, decide obviar el IVA en una factura no saltan las alarmas. Cuando un deportista de alto nivel, que ha luchado toda su vida por conseguir esa marca y está a punto de lograrla, toma sustancias ilícitas la indignación es el sentimiento general. Por ello, la respuesta a la tercera pregunta expuesta es más compleja, ya que es personal. ¿Hipocresía? ¡Quién sabe! Que alguien se atreva a seguir la parábola y lanzar piedras contra su propio tejado.

El deportista, como se repitió hasta la saciedad con cada triunfo, es reflejo de la sociedad. Del afán de superación, de la lucha, de la especialización... del ganar a cualquier costa. Pero ante este espejo en el cual todos se querían ver levantando la copa del éxito, ahora, hay una bandera roja y gualda tejida de jirones de hipocresía. Ninguna de las dos visiones es un espejismo. Ambas son reales. El éxito y el fracaso. La superación personal y las trampas. Son las dos caras de una moneda, del capitalismo. Por tanto, se podría decir que sí a la segunda pregunta. Las trampas son una columna maestra de nuestra sociedad.

Esta reflexión provoca que se evoque la primera pregunta desde otro punto de vista. ¿Son las trampas parte del juego? La respuesta fácil es negar la premisa: las trampas no son morales y, por tanto, son solo una perversión del juego originario. La realidad es mucho más compleja. Se puede ver la dificultad de articular una respuesta con dos grandes hitos del deporte: el primero fue una acción en la que un futbolista utilizó la mano para meter un gol (acción ilegal) el 22 de junio de 1986 en México. El jugador se llamaba Maradona. La extremidad, la mano de Dios. El segundo de los hitos, en el polo opuesto, es Ben Jonhson. El atleta pasó de ser un triunfador a un paria por dar positivo tras ganar la final de 100 metros en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988.

¿Cómo se puede responder entonces a la primera cuestión? La contestación se puede hallar en la sociología. La sociedad ha dado dos respuestas a la largo de la historia: loas y críticas. Los casos de dopaje son un ejemplo de los principios más intrínsecos del sistema actual. Son reflejos de mentirosos.

AyG
Víctor Gutiérrez Sanz