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viernes, 27 de febrero de 2009

Redirigir el vuelo



El cansancio se extendía por todo su cuerpo impregnándose en cada una de las acciones que realizaba. El sentimiento se asemejaba al de una peliculilla de aceite cubriéndole de arriba abajo. Sus movimientos torpes e inseguros le hacían meter la pata constantemente. En su interior se veía como a una de aquellas aves costeras cubiertas de petróleo por el vertido de cualquier barco. Agonizando e indefenso, sin posibilidad alguna de tomar represalias.
Se duchaba todos los días, limpiaba cada recoveco de su mente con el fin de enmendar la situación. Pero no había manera. Una zozobra interior le derrumbaba cualquier proyecto, cualquier intento de salir de aquel pozo con un fondo tan negro que se perdía el miedo, solo cabía la resignación.
Cada mañana salía a dar un paseo sin rumbo. Lo único que limitaba era el tiempo, por lo demás, aquella rutina la seguía sin ninguna coordenada. Sin embargo, no eran más que intentos fallidos por despertar los sentidos. Buscar de alguna manera el hambre, establecer algo por lo que mereciera la pena vivir.
Un día, durante uno de sus paseos, un pájaro buscaba sin éxito atravesar una verja. Sus intentos siempre eran infructíferos pero lo seguía intentando porque al otro lado había una miga de pan. Tenía un objetivo pero le iba a ser imposible conseguirlo. El pájaro siguió pretendiéndolo cerca de dos horas sin hacer ningún progreso. Se estaba ahogando en su propio instinto animal y aquel espectador que observaba desde la acera lo estaba disfrutando. El humano riendo, al borde de la histeria, le gritó:
- ¡Cómo no te cortes las alas! Te va a resultar imposible pasar al otro lado. Ríndete. No se puede luchar contra el mundo.
No obstante el pájaro no se dio por vencido. En una de las paradas que hacía durante su trabajo, miró más allá y descubrió que había un cacho de pan a escasos cien metros. Exultante levantó el vuelo con dos poderosos pero suaves aleteos y planeó hasta la comida. Había cumplido su objetivo, alimentarse.
El hombre que observó la escena tardó mucho en reaccionar. Algo se movió en su interior. Se miró las manos incrédulo y descubrió que la espesa capa de aceite se había desvanecido. Entonces lo comprendió, no se trataba de cortar las alas sino de redirigir el vuelo.

Foto de Oscar Gutiérrez y relato de Víctor Gutiérrez
AyG

domingo, 22 de febrero de 2009

Balas de tinta


Él, lleno de ardor y desprecio, pensaba en el final. Su profesión, periodista de sucesos, le llevó a ver en la morgue la cotidianidad de la locura humana. Se olvidó de que tras aquellas muertes existió el amor, el odio, los amigos… la vida. Banalizó la sinrazón de la actualidad. Los muertos se convirtieron en números, minutos de trabajo que luego le darían de comer. Cogía lo más llamativo y que se pudiera vender mejor. Un día, sin ni siquiera pestañear, redactó la muerte de su padre. Tres horas después la suya.

Foto de Oscar Gutiérrez y relato de Víctor Gutiérrez
AyG