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miércoles, 25 de agosto de 2010

El cantar de los grillos


El calor azuzaba a los grillos que cantaban monótonamente a una luna llena que, como cada 28 días, brillaba con todo esplendor. En la calle se escuchaba a los niños, como cada verano. A lo lejos una radio repetía sin piedad la canción de moda mientras en la televisión se reponía alguna serie ya emitida.

El Corte Inglés repartía sus corticoles de vuelta al cole. Valladolid se preparaba para las fiestas mientras algunas bibliotecas se volvían llenar de estudiantes agobiados por los exámenes de septiembre. Las obras colapsaban la ciudad mientras muchos soñaban con volver a ver a su equipo jugar al fútbol, baloncesto, balonmano…

Él, como cada noche, cogió un libro, lo abrió y voló. Se comió la rutina mientras cantaban los grillos monótonamente a una luna llena que, como cada 28 días, brillaba con todo esplendor despertando al hombre lobo...

AyG


Víctor Gutiérrez Sanz
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domingo, 22 de agosto de 2010

Un paso menos, un paso más


- Un paso más, un paso menos. Un paso más, un paso menos. Un paso más, un paso menos…
Cada vez que su pie lleno de ampollas tocaba el suelo repetía la misma frase. El cansancio mellaba con cada kilometro el espíritu y el sol calentaba hasta fundir la lógica. Lo único que le animaba a seguir era la meta, conseguir un objetivo.

A doscientos metros descansaba otro peregrino con una paja en la boca bajo la sombra de un gran roble. Estaba descalzo, sin calcetines, y lucia una enorme sonrisa en la boca mientras movía con gracia los dedillos de sus pies. Tenía un moreno sucio y una barba larga y enredada. La mochila que yacía a su izquierda tenía multitud de cosas colgadas: banderillas, pañuelos, pulseras… Sobre ella descansaba un sombrero de paja que por lo despeinado que iba se podía deducir que se lo ponía para caminar.

El joven seguía andando, agarrándose con fuerza al cayado y al objetivo de terminar.
-Un paso más, un paso menos. Un paso más, un paso menos. Un paso más, un paso menos…
Al pasar frente al peregrino barbudo este le interrumpió:
-¿Querrás decir un paso menos, un paso más?
-Lo siento, pero no veo la diferencia- contestó mientras se quitaba el sudor de la frente.
-Entonces eres un andarín y no un caminante- rehusó mientras mordisqueaba la paja.- Pero antes de juzgarte, explícame por qué repites continuamente esa perorata a cada paso que das.
-Muy sencillo, porque cada pasó de MÁS que doy es un paso MENOS a mi destino.
-¿Y tú crees en eso?- dijo con tristeza y sorpresa mientras se quitaba la paja de la boca.
-Sí, es lo que me anima a seguir pese a los dolores, el calor y el cansancio.- contestó reafirmándose en sí mismo con más seguridad que nunca.
-A mí me pasa lo contrario.
-¿Cómo?- preguntó el joven extrañado.
-Sí, a mi cada paso que doy me da fuerza y a la vez tristeza porque cada paso MÁS es un paso MENOS de disfrutar hasta llegar al destino.

El joven asintió mientras digería las palabras de aquel extraño sabio que seguía hablando.
-El camino es bonito, cada paso es un premio y la meta sólo es un final virtual. Si realmente quieres llegar y ya está, cógete un automóvil y marcha. Si eres caminante, camina y haz camino. Recupera el concepto del espacio, el tiempo y el esfuerzo. Cuanto más difícil sea el objetivo final más feliz serás intentando lograrlo. Y si no los consigues no te desanimes pues siempre habrás creado una senda.

El joven miró hacia delante y se río, aún quedaban más de dos horas para terminar. Se sentó, se descalzó y comenzó a mover los dedillos de los pies.



En recuerdo de todos los pilgrims. Un abrazo, sed felices y ¡¡¡BUEN CAMINO!!!

AyG

Víctor Gutiérrez Sanz Copyright
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miércoles, 4 de agosto de 2010

Consecuencias

-Bueno entonces, ¿cómo coño funciona esto?

-Es muy sencillo caballero: usted lo único que debe hacer es tomarse una pastilla con cada comida y por la noche, justo antes de ir a dormir se concentra en dos recuerdos previamente seleccionados. A la mañana siguiente esos recuerdos habrán desaparecido.

-Muy bien, pero, ¿hay que comer algo, tiene efectos secundarios…?

-Lo mismo que con un ibuprofeno de 600.

El viejo desaliñado y apestando a alcohol y tabaco lanzó una mirada de incredulidad al doctor, o médico o científico, vamos, al hombre con bata blanca.

-Demasiado fácil, demasiadas noches ahogado en el vómito de mi vergüenza para que me digas que con siete pastillas puedo morir tranquilo. Me resulta imposible metérmelo en la puta cabeza.

-La ciencia avanza caballero, siempre al servicio del ser humano, siempre rectificando errores del pasado.

-Y después ¿qué?

-Después nada, se acabó. El mal que hiciste desaparecerá de tu memoria. Los recuerdos que tú desees no te volverán a roer por dentro.

-Bueno pues vamos a intentarlo. Si me muero se acaba todo de una puñetera vez, si lo consigo se acaba todo también. Creo que esta es la decisión más fácil que he tomado en toda mi vida.

Sentado sobre la camilla se acariciaba la barba jugando con la posibilidad de olvidarla, de olvidarlo, de no recordar todo cada segundo de esa miseria que llamaban vida. Alargó un brazo lleno tatuajes y puso la palma de la mano hacia arriba esperando recibir el bote con las pastillas. El científico metió una docena en un frasco y lo acompañó de una hoja con recomendaciones. El viejo, con un amago de sonrisa en la cara, cerró el puño con fuerza e ilusión abrazando al olvido.

-¡Ah! Y recuerde que en tres días espero su visita para que me cuente sus progresos, sus experiencias y cualquier conflicto esporádico que haya podido surgir.

-¿Y si decido olvidar esto también?

-Entonces entenderé que la terapia ha sido un rotundo éxito y podré sacar las pastillas Olvidum al mercado.

Ambos se miraron y se dieron la mano. El contacto fue fugaz, ambos sintieron acariciar su sueño en el otro.

La sala de conferencias estaba abarrotada. Medios de comunicación de ciento treinta países cubrían el evento. Se iba a presentar el avance científico del año o quizás del siglo. El hombre de bata blanca sudaba arropado por los flashes de la gloria. Buscando parar el tembleque de su pierna izquierda dobló la rodilla mientras se pellizcaba con insistencia. Su cara era un cuadro de Picasso con una sonrisa desdibujada que no encontraba su espacio natural en el rostro.

Cuando cesaron durante dos segundos los fotógrafos levantó la mano del atril y pidió silencio. Este fue inmediato fruto de la expectación levantada. Con un leve carraspeo se aclaró la voz y comenzó su discurso que llevaba preparando dos semanas.

-Buenas noches. Hoy nos hemos reunido todos aquí para presentar en sociedad a Olvidum. ¿Cuántas veces soñasteis con olvidar algo? ¿Cuántos traumas sin resolver? Por fin hay una solución. El mal de amores no lo curará el tiempo sino dos pastillas de Olvidum con cada comida. Por fin podemos borrar esos pasajes que martirizan el alma…

De repente una carcajada despiadada se elevó sobre la marabunta de periodistas. Todas las caras se tornaron inmediatamente hacia él. Y allí, entre un mar de maniquís de corbata y traje, apareció un viejo borracho con lágrimas en los ojos. El científico intentó proseguir obviando la incómoda interrupción.

-Olvidum saldrá al mercado en menos de dos semanas y el precio podrá variar dependiendo de las ayudas…

-¿Para qué? Si esto es un puto fraude- gritó el viejo mientras avanzaba hacia el estrado.

El científico que no podía seguir ignorando aquello se quedó observando a aquel indigente.

-¿Perdón, le conozco?

-Y yo que coños sé puto estafador.

Entonces lo reconoció, era él, aquel conejillo de indias que nunca volvió.

-¿Por qué dice eso caballero?

-Porque esto no vale una mierda, no sirve para nada.

-Los resultados están probados…

-¿Y qué?

-¿Cómo que y qué? Estamos ante la posibilidad de rectificar.

-No de rectificar de borrar.

-Bueno, pues de borrar. Hemos conseguido fabricar una redención a la humanidad. Vamos a borrar todo el mal que hemos hecho.

-No… porque no hay mal ni bien, tan solo hay consecuencias, consecuencia de tus acciones. Y esas nos perseguirán por siempre…- dijo mientras las lágrimas corrían por su mejilla.



Víctor Gutiérrez Sanz
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domingo, 1 de agosto de 2010

Welcome to paradise

- La verdad es que no lo entiendo…
Cogió la cerveza sintiendo el frío de las gotas de agua que impregnaban el botellín. Se giró sobre el taburete y miró el bar. La suciedad se camuflaba en el maquillaje de aquellas que algún día quisieron ser guapas. El sudor de sus copas caía sin descanso por unos gaznates cansados de gritar para intentar llamar la atención.

En las esquinas del bar se amontonaban los bolsos y las chaquetas con los imprescindible: móvil, cartera, llaves… ya está todo. De repente comienza a escucharse aquella canción que hace dos años martirizó los oídos de los inconformistas pero de la cual por repetición todo el mundo sabía ciertas estrofas. Recuerdos. Sube la adrenalina y la gente sin pudor berrea, grita para liberarse de las cadenas, cualquier excusa es buena.

Los movimientos espasmódicos siguen un ritmo marcado por un bajo, lejano, cubierto por un guitarreo impertinente que no le deja salir a la luz, imperceptible pero presente, al igual que el chico de la barra que engullía con ansía su cerveza.

Lo entendía pero no lo comprendía. Quería que entrara la luz, abrir las ventanas de los prejuicios para integrarse en una realidad teatralizada. Roma ardía y olía como el canuto que se estaban fumando dos chavales en el otro extremo de la barra. El fuego quemaba a la gente. Ellos se golpeaban en busca de sentir algo, de no sentirse tan solos, de permanecer dentro de una sociedad cada vez más difícil de comprender.

Él levantó la cerveza y grito cuatro palabras inconexas que formaban parte de otra canción. Se dio la vuelta, tragó el culo de aquel botellín y miró la fila de aquellas botellas rellenas de garrafón. Pidió otra. Miró el móvil. Tenía una perdida. Sonrió. De la quema que se salve quien pueda. Volvió otra vez a mirar al bar, al mundo, a la sociedad y con los ojos rojos grito:
- ¡Welcome to Paradise!


Ayg

Víctor Gutiérrez Sanz

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