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lunes, 20 de abril de 2009

Hablando desde las alturas

Los personajes más carismáticos de la historia han sido musas, y lo son, de muchos dirigentes políticos. Aristóteles, Sócrates, Martin Luther King o Gandhi se han convertido en espejos donde se miran los políticos actuales, comparándose y aspirando a la grandeza de poder ser el reflejo de generaciones venideras. Nicolas Sarkozy, presidente de Francia, sigue ese camino hacia el recuerdo inmortal otorgado por los libros, senda ya recorrida en los s. XVIII y XIX por su compatriota Napoleón Bonaparte.
Salvando las diferencias del período histórico vivido por cada uno, El Emperador de los Franceses y el actual gobernante de la República poseen tres características comunes. La primera de ellas es su nacionalidad, ambos son franceses. La segunda es su estatura. Y la tercera es la ambición de figurar con nombre propio.
La política exterior francesa de los dos últimos años está llena de hazañas protagonizadas por Nicolas Sarkozy. El viaje a Chad y la posterior liberación de los miembros de la ONG Arca de Zoé, el dialogo con las FARC en el rescate de Ingrid Betancourt, el gesto de solidaridad permitiendo a José Luis Rodríguez Zapatero ocupar una silla en la cumbre económica del G20 o las críticas sin tapujos contra otros gobernantes son algunos ejemplos de su actuación. Acertado o desacertado ha ocupado cientos de páginas en diarios de todos los continentes.
Son pocos los dirigentes que pueden insultar a otro hablando desde las alturas. Las declaraciones de las que se hace eco el diario galo Liberation, desmentidas ya por el palacio del Elíseo, en las que el presidente francés tacha de poco inteligente a Rodríguez Zapatero, de sumisa a Merkel o de inexperto a Obama son gestos de grandeza de una persona que analiza el mundo desde un escalón superior.
El hecho no ha tenido mayores consecuencias. El silencio del gobierno español o el oportunismo de la oposición con las declaraciones de Esteban González Pons, portavoz del PP, son pequeñas cinceladas a una nueva anécdota protagonizada por Sarkozy. La opinión pública debatirá y sacará sus conclusiones en el trabajo, el barrio o las clases. Cada uno es libre de opinar y expresarse.
El problema es que debemos identificar a Napoleón como un emperador y a Nicolas Sarkozy como el presidente de una nación democrática. Es libre de opinar y juzgar cuanto desee pero recordando que el pueblo galo también lo hace en las urnas. No necesitamos superhéroes de la política, ni grandes figuras de libros de historia, sino representantes del sentir de una nación. El periodo histórico es distinto y la soberanía, ahora, reside en el pueblo. Será mejor bajar de las alturas.

Víctor Gutiérrez Sanz



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