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viernes, 4 de febrero de 2011

El mentiroso ante el espejo


Las trampas son algo inherente a la vida del ser humano desde que un día sale a la calle y decide jugar al pilla pilla con otros niños. En estos divertimentos de una manera primitiva, pero funcional, se suelen establecer una serie de reglas que definen desde el campo de juego hasta la nimiedad más estrafalaria. Sin embargo, mientras estas normas son establecidas también se crean de manera paralela una serie de trampas: desde burlar los límites establecidos hasta la nimiedad más absurda. Ante este paradigma surge una pregunta: ¿son las trampas partes del juego?

En cada competición existe al menos una regla. Este principio regulador, a su vez, da forma y sentido a al menos una trampa. Cuando unos niños juegan al escondite y cuando deportistas de élite se enfrentan ante la mirada expectante de miles de espectadores, las triquiñuelas y los engaños son habituales. Esto no es nada significativo cuando solo se trata de juegos. Sin embargo, dentro de un sistema capitalista en el que uno de los pilares maestros es la competición, ¿son también las trampas una columna de nuestra realidad? 
 
La operación policial Galgo, en la que se involucra a notorios atletas con casos de supuesto dopaje, ha causado conmoción en el mundo del deporte y en la sociedad. Los recientes éxitos cosechados por deportistas españoles han hecho que mucha gente viera en ellos el reflejo de una nación vencedora. Pero este espejismo se ha empañado con la ambición malentendida. Aquellos jóvenes que enarbolaban el orgullo patrio de la hinchada son, ahora, villanos y parias. ¿No es esto hipocresía?

En el mundo del deporte de alto nivel se desarrollan continuamente técnicas para mejorar el rendimiento. Estas pueden ser nuevos conceptos deportivos, tácticas, preparación física… O, también, la administración y utilización de sustancias y métodos prohibidos, que es lo que comúnmente se denomina dopaje. La ingesta por parte de los deportistas de agentes anabólicos, como los esteroides, puede incrementar su fuerza y potencia. La utilización de hormonas antagonistas y moduladoras quizás aumente la masa muscular. La transferencia de oxígenos a la sangre supondrá un mayor rendimiento. En resumen, el dopaje se puede traducir en una notoria mejora de las marcas y los registros, lo que, en última instancia, puede suponer un triunfo o una platea. Este comportamiento es ilegal... entonces, ¿por qué se comenten trampas?

La última de las cuatro preguntas que se han expuesto es la más sencilla de contestar. Tras los muchos casos de dopaje se esconde el paradigma intrínseco de toda competición: la ambición por la victoria. Esta ansia vencedora puede estar motivada por miles de causas: el reconocimiento, la retribución económica, el afán de superación… Y para conseguirla los deportistas entrenan hasta llegar al límite de sus capacidad humana. Una vez alcanzan el filo de sus posibilidad hay dos caminos posibles: la resignación y, por consiguiente, la aceptación de sus limitaciones; o, la alternativa de otras soluciones exta deportivas como el dopaje.

Cuando casos de dopaje salen a la luz se produce escarnio público. Sin embargo, cuando un estudiante, que no ha conseguido estudiar lo suficiente, se enfrenta a un examen, copia y aprueba no saltan las alarmas. Cuando un autónomo, en una situación económica angustiosa, decide obviar el IVA en una factura no saltan las alarmas. Cuando un deportista de alto nivel, que ha luchado toda su vida por conseguir esa marca y está a punto de lograrla, toma sustancias ilícitas la indignación es el sentimiento general. Por ello, la respuesta a la tercera pregunta expuesta es más compleja, ya que es personal. ¿Hipocresía? ¡Quién sabe! Que alguien se atreva a seguir la parábola y lanzar piedras contra su propio tejado.

El deportista, como se repitió hasta la saciedad con cada triunfo, es reflejo de la sociedad. Del afán de superación, de la lucha, de la especialización... del ganar a cualquier costa. Pero ante este espejo en el cual todos se querían ver levantando la copa del éxito, ahora, hay una bandera roja y gualda tejida de jirones de hipocresía. Ninguna de las dos visiones es un espejismo. Ambas son reales. El éxito y el fracaso. La superación personal y las trampas. Son las dos caras de una moneda, del capitalismo. Por tanto, se podría decir que sí a la segunda pregunta. Las trampas son una columna maestra de nuestra sociedad.

Esta reflexión provoca que se evoque la primera pregunta desde otro punto de vista. ¿Son las trampas parte del juego? La respuesta fácil es negar la premisa: las trampas no son morales y, por tanto, son solo una perversión del juego originario. La realidad es mucho más compleja. Se puede ver la dificultad de articular una respuesta con dos grandes hitos del deporte: el primero fue una acción en la que un futbolista utilizó la mano para meter un gol (acción ilegal) el 22 de junio de 1986 en México. El jugador se llamaba Maradona. La extremidad, la mano de Dios. El segundo de los hitos, en el polo opuesto, es Ben Jonhson. El atleta pasó de ser un triunfador a un paria por dar positivo tras ganar la final de 100 metros en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988.

¿Cómo se puede responder entonces a la primera cuestión? La contestación se puede hallar en la sociología. La sociedad ha dado dos respuestas a la largo de la historia: loas y críticas. Los casos de dopaje son un ejemplo de los principios más intrínsecos del sistema actual. Son reflejos de mentirosos.

AyG
Víctor Gutiérrez Sanz